Autor: Adrián de Jesús
Al caer la tarde, la vibrante actividad del día habanero va quedando atrás. Algunos se retiran a sus casas en busca del descanso, después de un día pleno de calores, quehaceres y emociones. Es la hora de volver con la familia, de cenar y contarnos las experiencias vividas en la intimidad del hogar. Otros, sin embargo, deciden salir a esta hora de vez en cuando. Quizás para visitar el cine, deleitarse con una obra de teatro, tomar un helado en Coppelia o simplemente sentarse un rato a compartir en algún punto del malecón Habanero.
Puesta de Sol
Entre ellos hay quienes buscan presenciar un evento muy especial: la puesta del sol en el mar. Y es que, ya sea en la grata compañía de amigos o familiares, abrazados a nuestra pareja o incluso en solitario, la puesta de sol siempre nos ofrece algo profundo y gratificante. Es un momento de romance, de reflexión, de asombro ante el espectáculo grandioso de la naturaleza.
Varios lugares hay en la ciudad para contemplar la puesta de sol, cada uno con su propio encanto. Pero uno de los sitios favoritos para disfrutar este momento es, sin duda, el complejo Morro-Cabaña. Este parque histórico-militar, declarado Patrimonio de la Humanidad, está constituido por dos fortalezas: el Castillo de los Tres Reyes del Morro y la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña.
Complejo Morro Cabaña
El primero, la fortificación más antigua (Siglo XVI), se alza sobre los arrecifes de la entrada de la Bahía de La Habana y se distingue a los ojos del visitante por su icónico faro, que aún hoy continúa proyectando su luz en las noches. En el pasado, fue de importancia crucial en la protección de la ciudad contra los frecuentes ataques de corsarios y piratas.
La segunda fortaleza, que se encuentra ubicada a continuación del Morro, es de más reciente construcción (Siglo XXVIII) y también de mayor extensión. De hecho, es la mayor fortaleza militar construida por España en América. Con sus bloques de piedra desgastados por siglos de lluvias, vientos e historia, ambas fortalezas continúan transportando al visitante a otro mundo, a una atmósfera que diera la impresión de estar a punto de revelarnos secretos y vivencias de épocas pasadas.
Es fácil y rápido llegar hasta allí, tan solo hay que atravesar el túnel de la bahía, para lo cual basta tomar alguno de los ómnibus públicos o taxis que siguen esa ruta y bajarse al otro lado. Luego hay que andar un breve tramo por la carretera que conduce a las fortalezas.
El cañonazo
Muchos de los nuevos visitantes van directamente a La Cabaña, atraídos por los museos y por la Ceremonia del Cañonazo de las Nueve. Esta última, recreada diariamente por una dotación de soldados vestidos con los trajes típicos del siglo XVIII, en memoria de la salva de cañón que antiguamente se disparaba para marcar las horas de apertura (4:30am) y cierre (8:00pm) de las murallas de La Habana, y que luego del derrumbe de las mismas se cambió a las 9:00pm.
Sin duda, con una vista que domina la parte antigua de la ciudad, la puesta de sol se ve hermosa desde allí. Sin embargo, al explorador curioso que gusta de echar un vistazo a cada rincón, le esperan sorpresas a menudo en los alrededores, justo al lado del sitio donde todos ponen su atención.

La costa del Morro
Al subir por la carretera que lleva al Morro, el visitante que, antes de entrar al mismo, se desvíe a la derecha a lo largo del foso, llegará pronto a la costa. Allí, a gran altura sobre los arrecifes, al borde del muro de piedra vertical, aguarda una sorpresa. A la izquierda queda la fortaleza y se alcanza a ver parte del litoral citadino, a la derecha queda el verdor de la explanada de acceso y hacia el frente se abre el mar. Tranquilo, modesto, custodiado por viejos cañones oxidados, el sitio es perfecto para ver al sol ocultarse bajo las aguas. Con algo de suerte, alguna embarcación cruzará el paisaje haciendo ondular la estela dorada que proyecta la luz del sol poniente. Las aves marinas suelen andar por allí. La hierba verdea. La brisa suele refrescar. Y las personas, llevadas del encanto de la hora, suelen sonreír.


Y si al término de la grata estancia queremos volver al roce de la gente, al atractivo de la historia, al Cañonazo, ¡no hay problema! ¡Estamos cerca! Tan solo hay que andar unos minutos hasta La Cabaña. E iremos satisfechos, con un montón de fotos (¡seguramente!), con una sonrisa y con una experiencia adicional.


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